Cartas de Italia: El problema del Adriático

El problema del Adriático

Por José Carlos Mariátegui

A continuación reproducimos el primer texto enviado por José Carlos Mariátegui durante su viaje a Italia. El artículo que tiene el título El problema del Adriático está fechado en Roma, 28 de enero de 1920 y se publicó en el diario peruano El Tiempo el 2 de mayo de 1920. El epígrafe con el que apareció este primer artículo fue “Apectos de Europa” y el diario lo presentó como “Crónicas especiales para el El Tiempo“.

La Conferencia de París – Una síntesis del proceso de la cuestión

 

Entre ‘los problemas de la paz’, que desvelan en la actualidad a los gobiernos de la Entente, el problema del Adriático es el que demanda más inmediata y más estable solución. Es también el más enredado y espinoso. Clemenceau, concretando la urgencia de su solución, ha dicho en la Cámara francesa: “El día en que esta dificultad sea eliminada podremos comenzar a respirar”. No ha habido exageración en las palabras del ‘leader’ galo. El problema del Adriático es, efectivamente, una hosca amenaza para la tranquilidad europea y una turbadora desazón para los gobiernos de la Entente.

La reciente Conferencia de París ha sido un esfuerzo para ponerle término. En ella se ha estudiado también otro punto de común interés para los aliados. La política respecto de la República de los Soviets y respecto de Constantinopla, la Sublime Puerta y el Cuerno de Oro. Mas la finalidad esencial de la Conferencia ha sido una conciliación de las aspiraciones italianas con las aspiraciones yugoeslavas.

Esta conferencia, desdichadamente, no ha resultado eficaz. Únicamente ha dado un fruto secundario. El acuerdo de Italia con Francia y Alemania. Pero no ha dado el fruto principalmente perseguido. El acuerdo con los yugo-eslavos.

Cuáles son las fases generales del problema.

El problema es conocido en conjunto y en detalle. Pero su proceso ha sido complicado, multilateral y disperso. Es probable, pues, que el público peruano que lo ha seguido a través de las impresiones homeopáticas e inconexas del cable, no se halle bien orientado acerca de alguna de sus etapas. Conviene, por esto, sintetizarlo nítidamente.

El pueblo italiano, como es sabido, quedó descontento de la liquidación de la guerra. Sintió maltratadas algunas de sus aspiraciones y algunos de sus intereses. La frontera señalada a Italia dejaba fuera de su soberanía el puerto de Fiume, la Istria, la Dalmacia y otros pequeños territorios de numerosa población italiana. Los italianos estimaron, por consiguiente, que subsistía un irredentismo italiano. Que Italia no había conseguido aquello por lo que había luchado. Probablemente, sin embargo, en homenaje a la necesidad de la paz, hubieran concluido por ahogar su disgusto. Pero aconteció algo que tuvo, forzosamente, que avivarlo, que fortalecerlo, que convertirlo en voluntad de reivindicación. La población italiana de dichos territorios declaró su deseo de reincorporarse a Italia y su repulsa de la soberanía yugo-eslava. Fiume fue el foco de esta protesta. Surgió, entonces, para los italianos el deber de amparar y tutelar a sus connacionales. Italia entera proclamó la italianidad de Fiume. Y sobrevino dentro de este propicio y congruente estado la expedición d’annunziana.

La expedición d’annunziana creó una situación de hecho: Fiume ocupada por D’Annunzio y las tropas legionarias. Y Zara ocupada por el almirante Millo y las tropas regulares enviadas a prevenir todo ‘raid’ del poeta y sus cruzados a la Dalmacia.

Sería injusto suponer que los gobernantes italianos han alentado la agitación de la opinión del país. Sería injusto y sería ilógico. Las dificultades económicas y sociales son muchas para que los gobernantes italianos quieran embarazar su actividad con dificultades más pesadas aún. La acción gubernativa ha tendido siempre a contener la agitación. Y ni siquiera de los sectores de la política oposicionista ha recibido esta agitación verdaderos estímulos. Los partidos de la izquierda han mostrado respecto de las reivindicaciones territoriales un criterio mesurado. Los socialistas, por razones doctrinarias, no han aceptado íntegramente las pretensiones del pueblo italiano. Han reconocido la italianidad de Fiume, sin reconocer la italianidad de la Istria y la Dalmacia, donde, a su juicio, la mayoría de la población es eslava. Los populares no han definido con igual concisión su pensamiento; pero sí han manifestado una tendencia moderadora. Únicamente, el grupo de renovamiento nacional, llamado también de los combatientes, ha asumido una actitud solidaria con los legionarios del poeta condotiero. Luego, la agitación de la opinión italiana ha sido espontánea, sincera, pasional.

El gobierno se ha visto frente a hechos ajenos a su voluntad y superiores a ella: la posesión de Fiume por varios millares de soldados italianos. La decisión de Fiume es de no ser separada de Italia. Y un estado de ánimo nacional que le exigía la defensa de la italianidad de Fiume. Ha tenido, pues, que encuadrar su actitud dentro de estos hechos. Nitti ha dicho en París que la cuestión de Fiume es para Italia una cuestión sentimental. Que el gobierno italiano no puede renunciar a algo a que no quiere renunciar el pueblo de Italia. Y Scialoja ha hablado así en el Senado: “El pacto de Londres no nos asigna Fiume. La asigna a la Croacia. Nosotros, por esto, no hemos pedido Fiume para Italia. Es Fiume misma quien lo ha pedido. Y nosotros, en el nombre del derecho de nacionalidad, nos hemos hecho tutores de su causa”.

Las palabras de ambos ministros condensan el punto de vista italiano. Las de Nitti representan el punto de vista político y moral. Las de Scialoja representan el punto de vista jurídico y diplomático. Los puntos de vista geográfico y militar, relativos a la latinidad de los territorios discutidos y a su importancia para la seguridad de la frontera italiana, no son los puntos de vista sustantivos y cardinales en el debate cotidiano del problema. Tampoco lo han sido en la Conferencia de París.

Veamos, ahora, el punto de vista yugo-eslavo.

Sólo hoy han sido llamados los yugo-eslavos a discutir con las potencias aliadas el problema del Adriático. No han tenido, pues, muchas ocasiones de expresar su tesis. Ésta, además, no es otra que la apadrinada por Wilson. Los yugo-eslavos sostienen que los territorios de la Istria y de la Dalmacia les pertenecen por motivos geográficos y políticos. Que el porcentaje de habitantes italianos de su población no justificaría nunca su asignación a Italia. Que esta asignación colocaría bajo la soberanía de Italia a una numerosa población eslava. Que crearía, por ende, un irredentismo igual al que llevó a Italia a la guerra. En cuanto al puerto y al golfo de Fiume argumentan los yugo-eslavos que son una salida natural al mar de su comercio y del comercio húngaro. Agregan que no pueden consentir su anexión a Italia sin poner bajo la dependencia italiana uno y otro comercio. No emplean, como se ve, en cuanto a Fiume, las razones de raza y de derecho. Emplean razones de economía y de necesidad que indican, tácitamente, cierto reconocimiento de la mayoría italiana de Fiume. Aceptan, por otra parte, que Fiume constituye un estado independiente, bajo la soberanía de la Sociedad de las Naciones, siempre que se entregue al estado yugo-eslavo el puerto y las líneas férreas.

El papel que ambas nacionalidades han jugado en la guerra es invocado, respectivamente, en la presente polémica. Los italianos recuerdan la muy valiosa ayuda aportada por ellos a la Entente. Recuerdan que hasta los últimos días de la guerra los croatas y los eslovenos —o sea la mayor parte de los yugo-eslavos de ahora— se batían en el ejército austriaco contra el ejército italiano aliado de los ejércitos de la Entente. Recuerdan el pacto de Londres que si bien no daba a Italia Fiume, le daba, en cambio, la Dalmacia. Y los yugo-eslavos, que en este caso no hablan como yugo-eslavos sino como servios, recuerdan la fidelidad y la devoción a la Entente con que la Servia(**) se portó durante la guerra.

Dos faces reflejas. La faz interna italiana y la faz interna yugoeslava

Hay que consignar también, antes de pasar adelante, las repercusiones del problema adriático en la vida interna de la nación italiana y de la nación servio-croata-eslovena.

La nación italiana necesita la solución rápida de este problema tanto por consideraciones económicas como por consideraciones políticas. La prolongación del statu-quo obliga a Italia a mantener en pie un ejército numeroso que aflige demasiado su presupuesto en una hora, como ésta, en que tan preciso le es reducir sus gastos. No le permite, además, inspirar confianza plena en el tranquilo restablecimiento de su normalidad económica. Por una parte, pues, grava sus recursos. Por otra parte, le dificulta incrementarlos. Políticamente, la subsistencia del problema adriático coloca al gabinete italiano, en el parlamento, en un terreno falso. El gabinete tiene que caminar con los brazos abiertos guardando prudentemente el equilibrio. Un gabinete en estas condiciones carece, por supuesto, de la autoridad, de la fuerza y de la aptitud indispensables para afrontar debidamente los problemas internos.

Y si un aplazamiento ilimitado de la solución sería grave para la política italiana, una solución mala, adversa a las aspiraciones nacionales, sería para ella más grave todavía. Produciría en el reino una atmósfera de descontento favorable al desarrollo de los gérmenes revolucionarios.

Es posible que Nitti haya influido con este argumento en los espíritus de Lloyd George y Clemenceau, particularmente en el espíritu sagaz y práctico de Lloyd George, para persuadirlos de la conveniencia de amparar las pretensiones de Italia. Es posible que les haya probado que fortalecer al actual régimen italiano es fortalecer a los actuales regímenes francés e inglés y que cualquier peligro para el orden político italiano es, al mismo tiempo, por razones elementales, un peligro para el orden político de Inglaterra y Francia. Una presión mental de esta naturaleza sería muy propia de la estrategia, de la dialéctica y del pensamiento del sugestivo ministro italiano.

En la nación yugo-eslava, el problema adriático tiene, igualmente, fuertes proyecciones internas. Una de estas proyecciones es peculiar y característica de las condiciones estructurales del país. El problema adriático es uno de aquellos problemas de mayor significación regional para unos que para otros alrededor de los cuales no pueden reunificar fácilmente su sentimiento los servios, los croatas y los eslovenos. La reciente elección, a pesar de sus ligamentos geográficos y sentimentales, no posee aún la unidad que sólo el tiempo puede darle. En este caso, por ejemplo, los servios, según se dice, parecen estar dispuestos a desinteresarse de la Istria y de Fiume. Los croatas y los eslovenos, en tanto, no están dispuestos a ceder un ápice. Cualquier flaqueza servia podría causar un desestimiento dentro del joven reino. Los servios resultan obligados así, a pesar suyo, a exagerar su celo para no lastimar los sentimientos croatas y eslovenos.

El gobierno de Italia y el gobierno de Fiume

El gobierno de Italia ha tratado de regularizar la situación de Fiume. No sólo por el interés de someter a los legionarios a su autoridad sino también por el interés de presentarse en aptitud de ejecutar estrictamente la solución que se pacte. No sólo por una razón consuetudinaria de disciplina interna sino también por una razón singular de respetabilidad externa.

Pero aunque ha manifestado en el discurso de las negociaciones un temperamento conciliador, eso no ha conseguido al gobierno entenderse con Fiume. A los legionarios no les ha agradado la idea de salir de Fiume sin dejar consagrada su estabilidad.

Tampoco ha encontrado buena acogida esta idea en la mentalidad lírica y marcial de D’Annunzio. El poeta ha pensado que rendirse al gobierno era acabar sin gallardía la epopeya fiumena. La población de Fiume se ha sentido, así, cohibida para transigir con el gobierno nacional. Ha tenido escrúpulos para echar prosaicamente al agua los sueños rítmicos del numen d’annunziano. Los intereses materiales de su subsistencia, de su aprovisionamiento, de su comercio y de su economía, le aconsejaban transigir. Pero los intereses románticos del gran poeta le aconsejaban resistir denodada, homérica, espartanamente. He aquí, pues,en este siglo práctico y norteamericano, una ciudad que se sacrifica voluntariamente por la poesía y por las exigencias métricas de una estrofa final.

El gobierno llegó a pactar con el consejo de Fiume las condiciones de la entrega de la ciudad. Y estas condiciones resguardaban bien los votos de Fiume. El gobierno reafirmaba el derecho de Fiume a decidir de sus propios destinos y se comprometía, solemnemente, a no tolerar que, durante el período de transición, su independencia fuera disminuida o violada, a no aceptar en ningún caso una solución que separase el territorio de Fiume del territorio patrio y a garantizar la integridad de Fiume con tropas regulares. En buena cuenta, el consejo nacional de Fiume, a trueque de muchas ventajas financieras, no concedía al gobierno sino la facultad de sustituir las tropas de D’Annunzio con sus tropas.

Para la aplicación de este convenio no faltaban sino la aquiescencia del poeta y la aprobación plebiscitaria de la población. Ni una ni otra fueron obtenidas como más arriba se expresa. El poeta concluyó declarándose hostil a la transacción. Y aunque la opinión de la mayoría de la población coincidía con la del consejo nacional, los resultados del plebiscito fueron, asimismo, hostiles a la transacción, tanto por las razones espirituales antedichas como por la influencia ejercitada en la votación por los legionarios d’annunzianos.

Palabras de D’Annunzio

No es posible hacer una síntesis de la cuestión adriática sin recoger el pensamiento de D’Annunzio, comandante militar de Fiume y, sobre todo, autor de su anexión de hecho a Italia.

Oigamos hablar al poeta de él y de sus legionarios en un reportaje de un periodista danés:

—“Nos encontramos sobre un barril de pólvora que de un momento a otro puede estallar. Podemos, pues, morir bajo las ruinas de Fiume. Pero las chispas producidas por la explosión volarían lejos e incendiarían todos los pueblos oprimidos del mundo: Irlanda, la India, etc. Fiume no es solamente una cuestión italiana. Nosotros queremos algo más que la liberación de esta ciudad. Queremos crear un precedente. Queremos probar que los corazones vivos de los hombres son más fuertes que los tratados y que los compromisos escritos sobre papel del Japón. Es contra el solemne congreso de la paz que nosotros combatimos. Y todo el mundo se unirá a nosotros. Los inermes resultarán milagrosamente armados: en sus manos aparecerán espontáneas las espadas”.

 

Un mensaje de D’Annunzio a los franceses, que un emisario suyo portó a París durante la Conferencia de ‘los tres’, es el documento que refleja más próximamente el estado de ánimo del poeta. El mensaje termina así:

—“Si la injusticia contra la ciudad italiana de Fiume y contra las ciudades italianas de la Dalmacia es consumada, el combate será inevitable y la sangre volverá a ser derramada. Se ensaya, entre vosotros, de empequeñecer la gran causa con mentiras y con calumnias sin nombre. Pero la espada de la rebelión, que es una espada bien bruñida y que tantos malos hábitos no han conseguido empañar, está lista para cortar nuevos nudos”.

 

Como se ve, el poeta, que emplea siempre un lenguaje lírico, no acepta ninguna fórmula que atenúe la italianidad de Fiume y de las otras poblaciones italianas de la Dalmacia. Está resuelto, según otra declaración suya, a resistir en Fiume “hasta la última gota de sangre”. Como se ve, además, eleva y engrandece la índole de su empresa. La presenta como un símbolo, como una bandera, como un grito por la liberación de todos los pueblos encadenados.

Se nota, sin embargo, que la palabra, el ademán y el escorzo del poeta tienen cada día menos eco en el alma italiana. La prensa se muestra, en la mayoría de los casos, fría y displicente con el poeta. Y en algunos casos, acérrima y severa. Y no es porque el alma italiana deje de ser un alma latina, un alma sentimental. Es porque la poesía épica suena anacrónicamente en este siglo.

La Entente y el problema

Hasta la Conferencia de París, Inglaterra y Francia no habían coordinado su criterio sobre el problema adriático con el criterio de Italia. Sea porque pesase demasiado en su ánimo el dictamen del presidente norteamericano, sea porque no hubieren estudiado todavía todos los aspectos del problema, Inglaterra y Francia no habían sancionado los derechos de Italia. No había, pues, un punto de vista solidario de la Entente.

Más aún, Clemenceu había tenido gestos poco benévolos para la causa de Italia. El alma italiana había recibido del viejo tigre algunos instintivos rasguños muy propios de su felinidad. Lloyd George había tratado con más simpatía las aspiraciones italianas; pero sin pronunciarse explícitamente sobre ellas.

Hoy las cosas han cambiado. Lloyd George parece muy captado por Nitti, cuya sagacidad había logrado también, en los últimos tiempos, domar un poco al viejo tigre francés.

Una unificación final del pensamiento de la Entente era, además, esperada. Estaba dictada por los intereses fundamentales de la Entente que residen en el afianzamiento de su cohesión y de su mancomunidad. Durante este invierno, se han enfriado mucho los optimismos de los que aguardaban favores extraordinarios de los Estados Unidos. Europa se ha convencido que su restauración económica debe ser obra de ella misma. Y las grandes potencias de la Entente han sentido la necesidad de concertarse mejor.

La Conferencia de París. El Proyecto de Lloyd George

El ‘rendezvous’ de París fue convenido en la conferencia preliminar de Londres celebrada a mediados del mes pasado en la que representó al gobierno italiano el canciller Scialoja. Scialoja expuso largamente a Lloyd George y a Clemenceau en esa conferencia los puntos de vista italianos. Preparó así el camino a Nitti. No debieron ser, con todo, muy eficaces sus esfuerzos porque pocos días después Clemenceau pronunció en la Cámara francesa un discurso destinado a resentir y desasosegar a Italia por sus conceptos sobre el problema adriático.

Antes de la Conferencia de París, Nitti debatió con Lloyd George, en Londres, todos los aspectos del problema. Después de estas conversaciones preparatorias, ambos ‘premiers’, acompañados de numeroso cortejo burocrático, se trasladaron a París. La conferencia comenzó el 9 del presente.

Nitti y Scialoja, después del estudio conjunto del problema, propusieron las siguientes bases, como un máximun de las concesiones italianas: Soberanía italiana en Fiume. Contigüidad territorial de Fiume con Italia. Autonomía de Zara. Compensación a los yugo-eslavos con la Dalmacia, asignada a Italia en el pacto de Londres.

Lloyd George y Clemenceau se adhirieron a estas bases. Pero, como se vio en seguida que eran casi totalmente inconciliables con las pretensiones yugo-eslavas, se resolvió ejercitar un esfuerzo supremo por el acuerdo, rectificándolas dentro de los límites de lo posible. Lloyd George presentó entonces un proyecto, aprobado por Nitti, que reproducía en sus lineamientos generales el proyecto anterior; pero que enmendaba las bases más vivamente desahuciadas por la repulsa yugo-eslava. Este proyecto fue declarado proyecto oficial y definitivo de la Entente. Nitti expresó categóricamente que Italia no podía ir más allá en el camino de las concesiones.

Las bases sustantivas de este proyecto, sintéticamente presentadas, eran:

Fiume, estado independiente con el derecho de elegir su representación diplomática. Los puertos y las líneas férreas que terminan en ellos, propiedad de la Sociedad de las Naciones. Delimitación del estado libre en forma que asegure su unión con el territorio italiano a lo largo de la costa; que deje a los yugo-eslavos el ferrocarril que, partiendo  de Fiume, va hacia al norte; que garantice a Italia la protección de Trieste; y que coloque dentro del territorio yugo-eslavo los distritos puramente yugo-eslavos. Zara, estado independiente, bajo la garantía de la Sociedad de las Naciones, con derecho a elegir su representación diplomática. Valona para Italia que conservaría un protectorado sobre la Albania. Rectificación de la frontera de la Albania Septentrional, formando con algunos distritos una provincia autónoma administrada por los yugo-eslavos y anexando dos distritos a Grecia. Soberanía de Italia en las Islas Lusino, Pelagola y Lissa. Soberanía de los yugo-eslavos en las demás Islas. Derecho de los italianos de la Dalmacia a optar por la nacionalidad italiana sin dejar el territorio.

El gobierno yugo-eslavo, respondiendo a la Entente acerca de este proyecto, sometió a su consideración estas otras bases a Fiume, sin los puertos y sin los ferrocarriles, estado independiente bajo la soberanía de la Sociedad de las Naciones a la cual pertenecería su representación diplomática. Los puertos, propiedad de la Sociedad de las Naciones, administrada por los yugo-eslavos. Los ferrocarriles, propiedad de los yugo-eslavos. Adopción de la línea Wilson como frontera entre los territorios italiano y yugo-eslavo. Zara, estado independiente, bajo la soberanía de la Sociedad de las Naciones, con la reserva de que, siendo una ciudad de sólo 12,000 habitantes, aislada en medio del territorio yugo-eslavo, no cuenta con más medio de subsistencia que aquellos que los yugo-eslavos quieran concederle.

El ‘ultimátum’ amigable de Inglaterra y Francia

Ante esta respuesta Nitti declaró que no era posible ni oportuna una nueva discusión y que Italia recuperaba su primitiva posición respecto del problema. Concluyó así la Conferencia de París. Y Nitti partió de regreso a Roma. Mas ese mismo día, el 21 del presente, Lloyd George y Clemenceau hicieron suyo el proyecto y se dirigieron a los yugo-eslavos dándoles un plazo de cuatro días para aceptarlo pura y llanamente o para rechazarlo en globo. En este último caso —advertían a los yugo-eslavos—, Italia podría proceder a la ejecución del pacto de Londres. Los yugo-eslavos pidieron una prórroga de tres días del plazo fijado. Esta ampliación fue, naturalmente, concedida.

La respuesta yugo-eslava acaba de ser recibida por los aliados. En ella, los yugo-eslavos principian por establecer que consideran la comunicación aliada como una propuesta amigable y no como una notificación imperiosa. Demandan tiempo para contemplar detenidamente la cuestión y contribuir a una solución cordial. Estiman, en fin, inaceptables las bases de Lloyd George. Y agregan, en cuanto al pacto de Londres, que no comprenden cómo puede ser aplicado un pacto estipulado sin su intervención y cuyas cláusulas nunca les han sido comunicadas.

El problema remitido a otra conferencia aliada

El problema subsiste, pues, en toda su intensidad. Italia ha expuesto el máximun de sus concesiones o sea el mínimun de sus exigencias. Inglaterra y Francia han aceptado la demanda. Pero los yugo-eslavos han rehusado transigir sobre esta base.

El gobierno italiano no puede ceder más. No puede renunciar a la contigüidad territorial con Fiume. Sin esta contigüidad territorial no podría asegurar a Fiume una independencia real ni podría, tampoco, satisfacer las aspiraciones de su población italiana. A ella sacrifica, por esto, sus derechos sobre la Dalmacia, no sin resistencias del sentimiento popular.

Y el gobierno yugo-eslavo, entre tanto, se manifiesta intransigente con el mínimun italiano, no obstante la presión de la Entente.

Italia, según sus aliados, queda en libertad de ejecutar el pacto de Londres que, como se sabe, no está reconocido por los Estados Unidos. Pero este pacto, que le asigna la Dalmacia no le asigna Fiume. Luego, su aplicación es fácil teóricamente pero prácticamente no. Italia no puede obligar a los legionarios d’annunzianos a entregar Fiume a los yugo-eslavos. Menos aún puede tolerar que los yugo-eslavos arrojen de Fiume a D’Annunzio y sus soldados. Fiume está anexada de hecho a Italia. Es necesaria, por consiguiente, una solución que sancione esta anexión en una forma absoluta o que salve, por lo menos, el contacto territorial entre Fiume y la madre patria.

Para considerar esta aguda faz de la gestión se efectuará, próximamente, en Londres, una nueva conferencia de los ‘tres’. Uno de los ‘tres’ será, en esta ocasión, Millerand, en reemplazo de Clemenceau. Cuando estas líneas lleguen a Lima la Conferencia de Londres se habrá reunido ya. Estas líneas servirán, tal vez, entonces, de ilustración y antecedente a lo que en esa conferencia se convenga.

Contenido relacionado